Por José Sarria
Jorge Villalobos
El desgarro
Madrid, Hiperión, 2018
“El desgarro”, de Jorge Villalobos, es un libro que ha permanecido casi trece años en lo más profundo de su ser, impenetrable, aguardando en la cubeta la revelación de la dimensión trágica de la vida que recorre, con doliente uniformidad, todo el texto.
El dolor, que ha sido hasta el momento uno de los elementos fundamentales en la construcción de su obra, aquí también lo es. En esta ocasión, la historia emerge a través de cuarenta “fotografías”, con lenguaje claro, audible y preciso. A pesar de su confesionalidad, no es una simple crónica biográfica, sino una realidad transubstanciada por el recurso de la memoria, de donde emerge “el hijo nadando en el vacío de su madre”, que morirá de cáncer, el dolor que supone el Alzheimer diagnosticado al abuelo y al padre o el propio síndrome Guillain Barré.
Desde una vigorosa subversión, que se afianza al amparo de la tonalidad apodíctica con que ha sido tallado el discurso versicular del poeta, junto a una insondable emotividad, “El desgarro” se eleva como la profunda cartografía de la “mudanza interior …/ sin máscaras ni artificios”; un intento por superar lo incomprensible, para deshacer y desintegrar una realidad inaceptable para un niño sin identidad, porque “un hijo sin su madre no es un hijo” (como ya había escrito en “La ceniza de tu nombre”).
El poeta no habla de “máscaras, ni artificios”, “hablo del dolor, la verdad del dolor, el ahogo de la pérdida”, “del “temblor desconsolado” o de esa “bestia que habitaba bajo su cama”. Un lacerante relato que mantiene la intensidad y la emoción a lo largo del desarrollo cronológico que se va constituyendo como un altar desde el que honrar la memoria de los ausentes: “Nada en esta vida muere por completo, permanece en algún lugar de nosotros. Aún somos su último aliento”.
Aliento esperanzado, bajo la estructura formal del poema en prosa, que hilvana la singular voz de un joven poeta que con “El desgarro” y sus anteriores entregas (“Mi voz, que te reclama” y “La ceniza de tu nombre”), se presenta como una de las voces más sólidas y esperanzadoras de su generación.
Fue Mariluz Escribano quien nos enseñó que de los padres se recibe una bandera, un estandarte vital que nos acompaña, nos marca y nos hace más soportable el tránsito de la existencia. Y esto es lo que encarna “El desgarro”, un gallardete en forma de abisal reflexión sobre la consideración del dolor, de la muerte, como hecho diferencial de la humanidad respecto de otros seres, y la poesía como lenitivo, tal y como ha escrito Joan Margarit: “La poesía es una herramienta para gestionar el dolor”.