Por José Sarria
Crónicas, in memoriam-s & ofrendas
Luis Correa-Díaz
Alcorce Ediciones (2022)
Fue el escritor José Agustín Goytisolo quien nos enseñó que “en poesía lo peor es seguir la moda”. Existen, hoy, demasiados poetas epigonales, la lírica ha sido inundada por imitadores y aprendices de copistas, por lo que encontrar voces acreditadas y singulares resulta cada vez más complicado.
Y ahí, en ese marco, es donde aparece la obra “Crónicas, in memoriam-s & ofrendas”, del poeta chileno, Luis Correa-Díaz. Una propuesta donde el lenguaje es llama y nunca espejo; una poesía, donde, como decía Huidobro, el poema es: “una realidad en sí, no la copia de una realidad exterior”; un texto que ofrece una poesía alejada de tendencias o escuelas, fundamentada sobre la libertad expresiva, el inconformismo y la apertura versal a originales incorporaciones de composición.
Desde un posicionamiento que apuesta por la renovación del lenguaje poético, Luis Correa-Díaz sigue sus propias leyes que romperán con las tradiciones lingüísticas y los usos o modas. Su poesía es una subversión que se afianza con su tonalidad apodíctica y se apoya en antilogías, en el versolibrismo, en recursos fonosimbólicos, en neologismos y en la rebelión como armas frente a lo establecido, en un intento por superar lo incomprensible, para deshacer y desintegrar una realidad que, por imperfecta, se le hace inadmisible.
Su brillantez, real y no fantasmagórica, le ha proporcionado una más que suficiente autonomía para escribir este testamento lírico, al amparo de un texto genuino, valiente y arriesgado, dotado de cierto aire de rebeldía frente a formalismos y convencionalismos, que confiere al libro una singular apuesta que viaja por el recuerdo, el tránsito vital y las inmutables huellas de lugares y personas que han conformado y conforman el magma existencial del poeta.
Así, “Crónicas”, primera parte del poemario, emerge a modo de itinerario de la emoción que habita en aquellos lugares o acontecimientos que han dejado un sello indeleble en el corazón del poeta: Granada, Salamanca, Valparaíso, donde cae “como una gaviota de invierno”, el trayecto de Athens a Chapel Hill para encontrar a quien calma el mar que lleva dentro, aquel tiempo prisionero del covid que nos recordó que seguiremos siendo lo que siempre fuimos: “unos ángeles fieramente humanos”, la afrenta a una efigie de don Quijote en las cercanías del Golden Gate, el regreso imaginario a Mañihueico para “prender/ un amoroso fuego/ en algún lugar lluvioso” o el recuerdo de la tierra perdida, de la ausente casa, esa a la que el poeta “mira hacia allá abajo/ amarrado a ese paisaje”.
Bajo una especie de estética de superación del entorno, de nihilismo existencialista, condicionado por el impasible y severo transcurrir del tiempo o la herida de la muerte, el poeta rinde homenaje en la segunda parte del poemario, “In memoriam-s”, a una serie de mitos literarios y de otros ámbitos, desde Lucho Gatica a Alberto Cortez, pasando por José Carlos Cataño, poeta canario que le enseñara que “escribir poemas/ era como llegar a una isla/ y empezar a hablar solo” o al poeta palestino-danés, Yahya Hassan que “murió de sí mismo y/ por escribir su vida/ al pie de la letra”.
“Ofrendas”, tercera parte del texto, es una generosa entrega a modo de germinativas odas o cantos, que brotan desde una serena mirada magnificada en el reconocimiento del otro, en himnos a la amistad o en el germinativo recuerdo de la experiencia vital. Allí estará la maestría de Borges, el bosque iluminado del poeta granadino Fernando Valverde, su padre, “que iba en la máquina/ a carbón silbando/ su canción de siempre” o la balsa de los poetas de Gordon McNeer. Una poesía que va brotando, cadente, melódica, desde el espacio en blanco de la memoria y que se hace baluarte en la depurada meditación o en la vaporosa intuición, antes que en el testimonio o la ilación. Una poesía germinativa que dibuja el itinerario de los verdaderos poetas, el de la épica cotidiana, desbocada, irracional y revolucionaria, en contradicción con la aceptación del habitual devenir, en estos tiempos tan grotescos, inmorales e inhumanos.
Una poesía de la búsqueda existencial, de la contemplación, de la memoria, de la experiencia, concentrada, reflexiva y atenta al silencio. El poeta, como el buen perfumista que indaga en la extracción de la fragancia exacta, busca redimensionar la palabra, para encontrar el nombre exacto de las cosas, como dijera Juan Ramón Jiménez y, desde esa terraza sublime, ofrecer su propuesta estética acerca del sentido de la vida.
El poemario se convierte en metáfora de la búsqueda, de lo efímero, del sentido último de la existencia que se transforma en impacto verbal desde la arriesgada propuesta lírica del autor para penetrar, primero la razón, y desde allí alcanzar el corazón y el alma del lector, con una poesía intensa, emotiva y vibrante como la que nos ofrece y entrega con “Crónicas, in memoriam-s & ofrendas”.